Buenos Aires, en su calidad de puerto de mar y capital de Argentina, acogió todas las manifestaciones artísticas y arquitectónicas europeas desde una perspectiva claramente cosmopolita. La emigración europea que formó las clases dirigentes argentinas trasladó a los barrios de la ciudad los modelos y las imágenes de sus países de origen. Sin embargo, el prototipo de ciudad que se impone a finales del siglo XIX es la de influencia francesa, con una trama urbana definida por grandes avenidas y bulevares que proyectan grandes perspectivas, y la arquitectura, en consonancia con la realidad urbana, se inspira también en la tradición académica de las Beaux Arts. Torcuato de Alvear, intendente o alcalde entre 1883 y 1887, igual que había hecho Haussmann en París, abrió las avenidas de Mayo, Alvear o Sarmiento, plazas y parques públicos. La construcción es intensa en los años de final de siglo, se construyen edificios públicos, como los palacios del Gobierno (la Casa Rosada) y del Congreso, teatros (Colón y Cervantes), galerías comerciales, estaciones, grandes casas destinadas al alquiler de pisos, así como palacios privados.
El eclecticismo de origen afrancesado acaba por imponerse como lenguaje predominante frente al cual se inician las reacciones antiacadémicas. Las influencias del Art Nouveau europeo, del Modernisme catalán o de la Secession deben incluirse dentro de este proceso que culminará en los años veinte, cuando la ciudad se incorpore con entusiasmo al Movimiento Moderno.
La fuerte presencia de italianos en Argentina determina que, más que el Art Nouveau de influencia francesa, se adopten modelos del Liberty italiano, como en la Galería Güemes (1915), del arquitecto Francisco Gianotti, o el Palacio de los Lirios (1905), del ingeniero Rodríguez Ortega. Asimismo, son de origen italiano Virginio Colombo, el arquitecto más prolífico del momento, autor de la casa de pisos para alquiler de la calle Hipólito Yrigoyen, 2562 (1911), y Mario Palanti, que proyectó una de las construcciones más monumentales de Buenos Aires, el Pasaje Barolo (1919-1923), con una estética próxima al expresionismo. La influencia catalana llegaría sobre todo de la mano del arquitecto Julián Jaime García Núñez, que terminó sus estudios en Barcelona en el año 1900 y de quien destacaremos el edificio de oficinas de la calle Chacabuco, 70-80 (1910), con un patio central de estructura de hierro y vidrio, edificios secesionistas como la casa de pisos del pasaje Paso y Viamonte (1913) y la fachada de un gusto muy barcelonés del Casal Català (1929), en colaboración con Eugenio Campllonch. Finalmente, querríamos señalar el Yacht Club de Eduardo Le Monnier (1906-1913), obra de formas arriesgadas e insólitas que simula un gran barco en la entrada del puerto.
A pesar de la importancia de la arquitectura en el diseño de la ciudad modernista, no podemos dejar de mencionar otros aspectos como la escultura monumental que se despliega en avenidas y plazas, los bellos mausoleos funerarios que se erigieron en el cementerio de La Recoleta entre 1900 y 1910, y la proliferación de trabajos ornamentales de cerámica, hierro, yeso o piedra artificial, que convierten Buenos Aires en una de las capitales del Modernismo en América del Sur.