El primer asentamiento definitivo en los márgenes del río Paraná data de 1730. Pero no fue hasta 1852 cuando Rosario fue declarada ciudad y empezó a experimentar su desarrollo urbano, especialmente a partir de 1890, año en que tuvo que formularse el Reglamento de Construcción de Rosario. El crecimiento urbano fue posible gracias a una prosperidad económica resultante de la combinación de una rica producción agraria, de la actividad portuaria y de la red de ferrocarriles que desde 1886 comunicaba Rosario con las principales ciudades de la República Argentina. La ola de inmigración en este lugar emergente y la consiguiente fiebre constructora de una burguesía cada vez más potente, no se hizo esperar. A pesar de la tradición de lo vernáculo y la presencia de la arquitectura ecléctica, el Modernismo entró y fue bien recibido.
Francisco Roca i Simó, un joven arquitecto formado en Barcelona, es considerado el introductor de este nuevo lenguaje. En 1909 llegó a Rosario donde se relacionó con una familia adinerada de origen valenciano-catalán, los Cabanellas. La relación fue fructífera, ya que los Cabanellas encontraron en Roca i Simó un expositor del sello familiar y de su presencia en la ciudad. El mecenazgo favoreció la construcción de más de doce edificios de un estilo aglutinador de influencias coup de fouet, Secession y modernistas; estas últimas cercanas al primer Modernismo con secuelas eclecticistas e historicistas. Entre sus obras, casi todas ellas viviendas entre medianeras ubicadas en calles céntricas y cercanas al paseo de la Tradición, destaca el Club Español, un lugar que acogió desde su inauguración en 1913 la actividad de la comunidad española. Del tratamiento de las artes aplicadas cabe destacar la mano del escultor barcelonés Diego Masana. Otras obras de Roca i Simó son la Asociación Española de Socorros Mutuos, el Palacio Cabanellas, la Casa Remonda Montserrat, la confitería La Europea y el Banco de Castilla-Río de la Plata.